Hablar de duelo es como adentrarse en un camino oscuro y difícil que, aunque no nos guste, todos debemos recorrer en algún momento. El duelo es un proceso natural de la vida y cada uno de nosotros lo vive de una manera única y personal.

El duelo no es solo cuando perdemos a un ser querido, también puede ser cuando perdemos algo importante para nosotros: un ideal, nuestra independencia, nuestras creencias, un hogar, un trabajo. Y sí, duele. Puede hacer que nos sintamos culpables, enojados, tristes y nos dificulta amar y disfrutar la vida como lo hacíamos antes.

No es solo cuestión de tiempo, es un trabajo activo que tenemos que hacer. Al principio, este trabajo implica reconocer que hemos perdido algo o a alguien y que esa persona o cosa ya no está.

Recuerdas lo que viviste con esa persona, todo lo que significó para ti y también todas las cosas que ya no podrás hacer. Es importante hablar de esto, soñarlo, permitirnos sentir todas las emociones que nos trae, tanto las buenas como las malas, sin sentirnos culpables por ello.

Al aceptar la realidad de la pérdida, poco a poco, nos vamos desprendiendo de ella. Transformamos la ausencia en un recuerdo que, con el tiempo, duele menos. Este proceso nos ayuda a seguir adelante y nos permite seguir creciendo como personas. Nos da la oportunidad de mejorar nuestras relaciones actuales y seguir descubriendo cómo amamos y nos relacionamos con los demás.

El duelo es un viaje lleno de dolor y no es fácil. A veces pensamos que nunca nos recuperaremos. Pero estas experiencias, aunque dolorosas, nos ayudan a crecer y a fortalecernos. Esas experiencias, sorprendentemente, también nos nutren.